Lo que importa, es constatar, no sin asombro, cómo los rasgos básicos que Mariátegui pergeñara como esencia del fascismo en los años 20, asoman en el fascismo que hoy busca levantar cabeza. Hemos aludido, en efecto, a cuatro elementos básicos del fascismo clásico percibidos por el Amauta: la gran alianza urdida por el capital financiero, el culto a la violencia y la práctica guerrera, el agravamiento de las tensiones mundiales y de la lucha de clases y el nacionalismo extremo. Aleatoriamente, el vínculo con segmentos conservadores de la intelectualidad, cautivados por la proclama “democrática” del imperio.
Se ha escrito mucho acerca de lo que se conoce comúnmente como “el periplo europeo” del Amauta es decir, este periodo en el que Mariátegui pudo conocer Francia, Italia, Alemania Hungría y Checoslovaquia, recogiendo experiencias de todo orden, desde episodios de la vida cotidiana, hasta acontecimientos de trascendencia virtualmente histórica.
Es usual admitir que en esos años en los que el joven periodista recorrió parte del viejo continente, estudió cuidadosamente diversos fenómenos: la crisis mundial y la secuela que dejara después de la I Gran Guerra; la trascendencia de la Revolución Rusa de 1917; el proceso de formación de los Partidos Comunistas; el ascenso de la clase obrera y sus luchas, en el escenario internacional; y el surgimiento del fascismo como expresión de la política del capital financiero, intimidado por la Ola Revolucionaria de los años 20. Todos ello, serían el signo de la escena contemporánea, como el mismo la denominara cuando -para presentarla ante los lectores peruanos- publicara un libro con este título, en noviembre de 1925.
Es claro que ese escenario difería significativamente del que encontrara Mariátegui cuando arribó al viejo continente casi cuatro años antes. En 1919 descubrió una Europa desolada. Agobiada por una profunda crisis, con países devastados, ciudades destruidas, hambre generalizado y gruesas columnas de desocupados; la vieja Europa parecía vivir el fin de la civilización cuando en realidad era escenario de los estertores de una sociedad exhausta:
Servais Thissen, en su valioso libro “La aventura del hombre nuevo”señala, aludiendo a ese periodo y su incidencia en la formación cultural e ideológica de nuestro personaje, que: “La estadía europea de Mariátegui fue fundamental en su vida: le permitió comprender la crisis del mundo occidental: le hizo descubrir una nueva manera de analizar los fenómenos sociales y políticos, gracias al marxismo, y también la necesidad de formar parte de gran movimiento revolucionario mundial. Lo más importante para esta labor social y política que iba a emprender José Carlos en el Perú, era haber asimilado la esencia del marxismo”.
El ascenso del fascismo
Quisiera, en este aporte al evento que realizamos, ocuparme del fascismo, un fenómeno que surgió en Europa Central y que se convirtió en los años 20 y 30 del siglo pasado, en la herramienta de la que se valió el capital financiero para enfrentar a la Clase Obrera y a la experiencia socialista en ese entonces creciente. Y analizar el tema a la luz de las opiniones que nos legara el Amauta en su valiosa obra. Veamos.
No está demás subrayar, en un inicio, que el fascismo tiene en realidad dos variantes: la versión clásica de la política de Mussolini en la Italia bajo su égida; y la variante alemana liderada por Hitler. Esta última, sin embargo, no fue abordada por el Amauta que partió tres años antes que Hindenburg consagrara al Cabo austriaco como el Jefe de la Alemania Nazi. Obviamente, me referiré a la primera.
Es importante hacerlo ahora no sólo como un recuerdo histórico, habida cuenta que el fascismo en sus dos vertientes, fue liquidado después de la II Gran Guerra; sino porque aún existe como una amenaza real, dado que su esencia retorna hoy al compás de la crisis de descomposición de un sistema que busca desesperadamente perpetuar su dominio global.
Hoy, en efecto, como un ave fénix más bien siniestra y empapada en sangre, retorna el maléfico espectro del fascismo, de la mano del Gran Capital y ocupa un lugar preeminente en algunos países. La victoria de Giorgia Meloni en los comicios italianos del año pasado; la afirmación de VOX, el engendro ultraconservador de la España pos franquista; la persistencia de Le Pen en los comicios franceses y el viraje ultra derechista de Macron; el surgimiento de movimientos Neo Nazis, como el Amanecer Dorado, en Grecia; y las victorias electorales de grupo y partidos de la extrema reacción en Suecia, Noruega y en algunos países de Europa Central; y la alianza del Gobierno de Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea para respaldar al régimen de Zelensky lo confirman. Todo eso, constituye hoy el núcleo duro del fascismo de nuestro tiempo; y a el, se suman otros movimientos que llegan a nuestro continente. Como en un espejo podemos mirar la imagen del Perú de nuestros días.
No se puede entender el surgimiento del fascismo sin comprender dos fenómenos paralelos: la ruptura de la cadena de dominación capitalista, ocurrida en Rusia el año 17 y el surgimiento de diversos procesos liberadores ocurridos en distintos países, en lo que se conoce “La ola revolucionaria de los años 20”. Surgió a partir de la caída del Zarismo y la victoria de los Bolcheviques, en la vieja Rusia.
Quizá si la expresión más sostenida de ella, fue la República Húngara de los Consejos, surgida a la caída del Imperio Austro-Húngaro, en 1918 A esa insurgencia se le llamó “La Revolución de los Crisantemos”, y comprendió dos etapas. En una primera, el Conde Karoldy alentó reformas que pusieron en jaque a los grandes terratenientes del Danubio. La segunda, más radical -vale decir, más profunda- fue conducida por los comunistas liderados por Bela Kun.
Pero Hungría no pudo coronar ese proceso. Las fuerzas más reaccionarias se agruparon en un solo frente contra el pueblo y promovieron la primera sublevación fascista de la historia. El régimen del Almirante Horty, aupado en el Poder gracias a la fuerza de las armas, impuso una dictadura brutal orientada a descabezar al movimiento popular y quebrar todas sus posibilidades de resistencia. Más de veinte mil húngaros pagaron con sus vidas el empeño de ser libres.
Pero Hungría no fue el único escenario de una confrontación de ese género. En Bulgaria ocurrió un hecho similar cuando fue derrocado el régimen de la Unión Agraria Popular Búlgara, el Partido de Alexander Stamboliinski -la organización política de los campesinos del pequeño país balcánico- que había impulsado una Reforma Agraria resistida por los grandes terratenientes. Contra el gobierno de la UAPB el 9 de junio 1923 se produjo un cruento golpe fascista encabezado por un militar siniestro -Alexander Tzankov-, que derribó su Poder, y asesinó a su líder.
Mariátegui no fue ajeno a este convulso periodo de la historia en los Balcanes. Ya en el Perú, desde las páginas de “Variedades”, diría que el nuevo Gobierno búlgaro: “encarceló a millares de ciudadanos, y sin proceso alguno fusiló a los más señalados por su actividad revolucionaria”.
La mirada del Amauta
La primera crónica proveniente de Mariátegui y referida al fascismo, se ubica a fines de marzo de 1921. En ella, sostuvo que se trataba de un fenómeno pasajero en la vida italiana. Se aferró a la idea que el origen del fascismo había que encontrarlo en el desenlace de la guerra y en sus consecuencias en el interior de Italia. Pero sostuvo con meridiana claridad que “el capital industrial y agrario financiaron y armaron a las brigadas fascistas”.
Sin desconocer la tragedia húngara y la búlgara, vivida en paralelo, afirmó que si Italia fue el primer país de Europa donde apareció el fascismo con fuerza, eso fue porque allí “la lucha social estaba en un periodo más agudo, porque en Italia la situación revolucionaria era más violenta y decisiva”. De ese modo aseveró que el fenómeno fascista, “constituido por la pequeña burguesía descontenta y unida al capital, se extendió rápidamente al campo”.
Para Mariátegui, el segundo factor que dio origen al fascismo fue el culto a la violencia. La guerra balcánica de 1912 y luego la I Gran Guerra que alcanzó dimensiones más amplias, polarizó a las sociedades europeas, desarrollando sentimientos extremos y rivalidades mayores; que se habían extendido ante la incapacidad del Gran Capital y la clase dominante, por regular la vida italiana.
Apelar a la violencia para “garantizar el orden”, fue la palabra impuesta por una realidad dramática signada por el derrumbe de un sistema de dominación que carecía de imaginación y de alternativas. Nuestro Amauta recordó que Marinetti -precursor de las concepciones fascistas- inducía a las juventudes italianas a transitar la ruta de la violencia, y Giovanni Gentile -como se anota en “La Escena Contemporánea”- hacía “la apología idealista de la cachiporra”.
Un tercer factor, sostiene José Carlos, fue el agravamiento de la lucha de clases. Esta no fue una formulación académica. Fue la constante en una sociedad convulsa. Y se manifestó en forma cotidiana en calles y plazas, en enfrentamientos entre los trabajadores y los dueños del capital. Por encima de ambos, el fascismo decidió jugarse sus propias cartas imponiendo por la fuerza una supuesta “paz social”; en los hechos, una paz de cementerios.
Apalear a los huelguistas se convirtió en una suerte de consigna de las escuadras fascistas en todas las ciudades. La debilidad de los sindicatos, las pugnas entre reformistas y revolucionarios, la división de los trabajadores y la escisión de los socialistas que no acertaron a visualizar una táctica común y acertada para hacer frente a la ofensiva del capital, crearon las condiciones para el éxito de “la marcha sobre Roma”, en octubre de 1922. En palabras duras pero reales, fue la división del pueblo el germen que avivó la semilla del fascismo.
Mariátegui percibió que el fascismo pudo lograr la adhesión de un sector mayoritario de los intelectuales italianos. “Unos se uncieron sin reservas a su carro y a su fortuna -dijo-, otros le dieron un consenso pasivo; otros, los más prudentes, le concedieron una neutralidad benévola”. Confirmando el hecho, sostuvo una tesis que incomoda a algunos: “La inteligencia -dijo- gusta dejarse poseer por la fuerza, sobre todo cuando la fuerza es, como es el caso del fascismo- joven, osada, marcial y aventurera”. Y completó esta idea, con una frase lapidaria: “la inteligencia, es esencialmente oportunista”.
Esta afirmación categórica asoma discutible. Aplicable, en todo caso, a ciertos intelectuales obnubilados por el halago, las ediciones editoriales, los reconocimientos formales; en fin, las migajas que suele soltar la clase dominante en su empeño por amaestrar el pensamiento. En contrapartida, hoy existe una intelectualidad vinculada a la lucha democrática y a las inquietudes populares. Tal segmento puede ser percibido a partir de una óptica distinta.
Es claro que los intelectuales, registrando la esencia de la lucha de clases que se registra en la sociedad en la que viven, pueden -y de hecho, eso ocurre- optar por situarse al lado de la clase dominante para vivir dulcemente a su servicio; o colocarse en la vertiente del pueblo para compartir sus angustias, sus luchas y sus esperanzas.
Mariátegui, abordando la esencia del fascismo, insistió en el nacionalismo extremo, que servía para justificar las más vulgares tropelías. “La bandera de la patria -dijo Mariátegui- cubría todos los contrabandos y todos los equívocos doctrinarios y programáticos. Los fascistas se atribuían la representación exclusiva de la italianidad. Ambicionaban el monopolio del patriotismo”.
Pero supo diferenciar el nacionalismo de las grandes potencias, que se liga a la expansión, la conquista de mercados y la opresión de poblaciones más débiles; del nacionalismo en los países en vías de desarrollo, en los que asoma más bien como herramienta de lucha en defensa de los recursos naturales, la soberanía nacional así como los intereses de los pueblos. En tal caso, dijo, ese nacionalismo, “puede ser revolucionario”.
Hay que admitir, sin embargo, que el fascismo creció rápidamente y se extendió con cierta facilidad. Stanley Paine recuerda, en efecto, que en 1925. Giuseppe Bastiani presentó un informe entusiasta al Gran Consejo Fascista señalando que habían surgido grupos con esa denominación en 40 países.
La biología del fascismo
Donde Mariátegui hizo un análisis más preciso del régimen fascista fue en La escena contemporánea, en 1925. Su estudio, titulado “Biología del fascismo”, puso en evidencia los elementos más notables que asomaban en el fenómeno naciente. Aludió así a la naturaleza del fascismo, a su manejo de los diversos sectores sociales actuantes en la vida italiana, pero avizoró, con singular clarividencia, la evolución de las contradicciones en el seno mismo de la administración fascista, que pasaron desapercibidas para mucha gente y que hoy, incluso, han quedado relegadas pese a su enorme importancia.
Mariátegui fue consciente que, en el seno del fascismo, cohabitaban dos fuerzas definidas: una facción extremista, ultraísta; y otra conservadora y moderada. La primera buscaba imponer por la fuerza un Estado fascista integral. La segunda, intentaba apoderarse de los resortes del Estado tradicional y administrarlo con una política fascista. Diferencia aparentemente sutil, pero finalmente decisiva.
Esta contradicción en su momento, no fue valorada por los estudiosos del tema. Pero el Amauta la percibió con singular perspicacia. Como se sabe, estas contradicciones se fueron incubando durante años, y asomaron formalmente al mundo en lo que se conoció como “la larga noche del 43”. En esa circunstancia, el 24 de julio de 1943, el Gran Consejo Fascista reunido en Roma, puso en evidencia la magnitud de su crisis.
Aquella noche altos jerarcas fascistas como Grandi, Bottai Ciano y otros, colocaron a Mussolini en el banquillo de los acusados y le enrostraron la culpa principal en la tragedia italiana. Históricamente, ahí cayó el fascismo. En el fondo, la lucha entre “L’ Idea Nazionale” de Federzoni y la filosofía de la cachiporra de Farrinacci, había concluido con la quiebra del régimen
“La Biología del fascismo”, sin embargo, aborda el tema desde distintas aristas. Alude a la personalidad de Mussolini, un hombre volitivo, sensual y verboso, pero no un pensador, artífice o creador. Simplemente un extremista de la retórica y de la palabra fácil que sobrevivió en un escenario convulso por su manejo del arte escénico y su voz estentórea, mas no por su inteligencia ni por su lealtad hacia la Patria Italiana, que proclamaba. No en vano, los italianos de la época solían decir: “cuando Mussolini habla, el cerebro descansa”. No les faltaba razón.
También se refiere Mariátegui al rol de la intelectualidad, al papel de la cultura y el arte; pero, sobre todo, a las contradicciones de clase que desgarraban la sociedad italiana y que agudizaban peligrosamente las tensiones sociales. Y, para completar el escenario, alude a la conducta de la Oposición al fascismo, expresada en una variopinta de alternativas que iban desde una oposición formalmente democrática, pero débil ante la embestida del poder, hasta la consecuente de los comunistas italianos, unidos en Livorno en 1921, en un evento en el que confluyeran Jorge Dimitrov, Antonio Gramsci, José Carlos Mariátegui y Palmiro Togliatti.
Para el Amauta, la oposición burguesa pasiva al fascismo le permitió ganar puntos desde un inicio, pasando del aislamiento inicial a una contraofensiva victoriosa que le permitió afirmarse en el poder con cierta facilidad. Y es que los jerarcas del fascismo no se dejaban amedrentar con palabras. Combatirlos requería acciones que la adormilada democracia formal no estaba dispuesta a admitir. Por eso, en 1925, el fascismo celebró el tercer aniversario de la Marcha sobre Roma, con un ánimo exultante y victorioso; quizá con el mismo talante con el que la Meloni celebrara recientemente el centenario de ese mismo oprobioso acontecimiento.
Han pasado, en efecto, cien años de ese infausto episodio en el que un aventurero con suerte pudo hacerse del poder gracias a la complicidad registrada entre una monarquía en derrota y el solvente empresariado italiano aterrado por la crisis y espantado ante el sólo anuncio de la eventualidad de una revolución socialista.
Para Mariátegui, el fascismo revistió características específicas, que fueron en su momento diseñadas tanto por el comunista húngaro Gylu Sas cuanto por la lideresa alemana Clara Zetkin; y que dieran base a la definición que desarrollara Jorge Dimitrov en el VII Congreso de la IC, en julio de 1935.
No hay que olvidar, por eso mismo, que en los años 30 del siglo pasado, en nuestro país desfilaban por las calles de Lima “Los Camisas Negra” organizados por Luis A. Flores, Raúl Ferrero, Riva Agüero, Rodríguez Pastor, Carlos Miro Quesada, Guillermo Hoyos Osores y otros, gentes con recursos; pero alimentados por Klinge, Oeschle, el Banco Alemán, la Compañía Ítalo-Peruana de Seguros y otras grandes empresas de la época, cuyos descendientes tienen predicamento en nuestro tiempo. Constituyen la esencia de la clase dominante que busca perpetuar en el aís regímenes de oprobio e ignominia.
El renacimiento del fascismo
Hoy, como ayer, el fascismo renacentista tiene muy poco que temer de una crítica liberal, democrática y aún reformista. Es consciente que puede engullirse a todas y burlarse con escarnio de ellas cuando afirme su victoria. Lo único que realmente puede intimidarlo, es la movilización activa de las masas que no estén bajo su control. Y es que, como lo afirma Michael Moore, el fascismo hoy implica “el fin de los hombres”.
Por eso resulta indispensable evocar el pasado y tener conciencia de la historia a fin de impedir que ella sea distorsionada con el propósito de engañar a las nuevas generaciones. En este sentido, debemos recordar con Jacques Juliard que “Hay algo peor que la ignorancia de la historia. Es el uso desconsiderado de ésta”. De tal recurso se vale la nueva escuela de fascistización que se desarrolla profusamente en algunos países y que permite que levanten cabeza proyectos descalificados por la vida.
Para tener conciencia del peligro que se cierne en nuestro tiempo, se hace necesario mirar el escenario mundial que coloca a los pueblos ante retos extremadamente complejos, signados por la polarización y el odio. Superada la etapa de la denominada “Guerra Fría”, caracterizada por un enfermizo anticomunismo, hoy se levanta un nuevo periodo en el que reaparecen personajes y escenarios del pasado reencarnados en las expresiones del gran capital, cuyo mayor poderío se encuentra hoy en los Estados Unidos de Norteamérica.
Si queremos precisar acontecimientos y fechas, debemos situarnos en la crisis de 1978, que llevó a los expertos del imperio a hablar de “la década perdida” y a alentar un “proceso de recuperación” por la vía del neoliberalismo. Milton Friedman y sus “Chicago Boys” se convirtieron en los principales protagonistas de la economía norteamericana que en el plano de la política perfiló a Ronald Reagan como su principal impulsor. En ese marco, “el consenso de Washington” fue el arquetipo de la dominación impuesta con la complicidad de algunos gobiernos europeos entre los que destacó el de la Primera Ministra Británica Margaret Thatcher. En la última década del siglo pasado y la primera del presente, George Bush padre e hijo, confirmarían ese rumbo.
La fórmula, era simple: cambiar la estructura económica de los Estados, desregular la economía y las relaciones laborales, otorgar la iniciativa empresarial al capital privado e imponer el libre mercado, pasando por la reducción del Estado. Esto implicaba eliminar las empresas públicas y privatizar todo lo que fuera posible, desde recursos naturales hasta empresas productivas. Algunos años más tarde, la caída de la URSS y el colapso del socialismo en Europa del este, le permitieron al Imperio reforzar transitoriamente su dominio y recuperar la iniciativa en el plan mundial. Con la música celestial del discurso de Francis Fukuyama, Estados Unidos proclamó “el fin de la historia” y la victoria final del capitalismo. Surgió así la doctrina del shock, lo que Naomi Klein dio en llamar “el auge del capitalismo del desastre”.
Pero ocurre que esto no ha sucedido. El mundo unipolar no se ha impuesto y ha tomado más bien fuerza, un proceso de reordenamiento internacional que ha debilitado la capacidad operativa de la Casa Blanca. Esto ha llevado al gran capital a recomponer su política concreta y diseñar una estrategia a largo plazo: una nueva guerra mundial que le permita encarar la crisis a partir de la fabricación de armamentos, como ocurriera en 1939. La táctica. Resulta simple: preciar el enemigo principal y debilitarlo golpeando primero a sus aliados potenciales o reales. Eso explica la guerra que hoy libra la OTAN, en connivencia con Estados Unidos y la Unión Europea, en suelo ucraniano. Desangrar a Rusia para debilitar, en la perspectiva, a China. La crisis cíclica del capitalismo volvió a asomar el 2008, y aparece hoy con nuevos vientos de fronda en el sistema financiero de los Estados Unidos el 2023, en condiciones aún más graves para el imperio.
Pero lo que importa, para los efectos de nuestro trabajo, es constatar, no sin asombro, cómo los rasgos básicos que Mariátegui pergeñara como esencia del fascismo en los años 20, asoman en el fascismo que hoy busca levantar cabeza. Hemos aludido, en efecto, a cuatro elementos básicos del fascismo clásico percibidos por el Amauta: la gran alianza urdida por el capital financiero, el culto a la violencia y la práctica guerrera, el agravamiento de las tensiones mundiales y de la lucha de clases y el nacionalismo extremo. Aleatoriamente, el vínculo con segmentos conservadores de la intelectualidad, cautivados por la proclama “democrática” del imperio.
Ocurre que tenemos ante nuestros ojos los mismos factores de alto riesgo La fusión del capital industrial con el capital financiero y la repotenciación de la agresividad imperial; la desenfrenada carrera armamentista y el culto a la guerra; el odio a los migrantes, a las poblaciones originarias, el racismo y el menosprecio a los pueblos; y el extremo nacionalismo que se suma con el surgimiento de núcleos agresivos incluso en nuestro país. A eso, hay que añadir la utilización de personajes de la cultura, como el Premio Nobel de la Literatura, Mario Vargas Llosa, vergonzosamente uncido a la ultra derecha internacional.
Y en el Perú, tenemos la obligación de señalarlo sin tapujos. Es hora de hablar claramente y en voz alta. El mismo fascismo que señalara Mariátegui en los años veinte del siglo pasado, el mismo que levanta cabeza hoy en diversos países; asoma peligrosamente en nuestra patria al amparo de un régimen impuesto a partir de la violencia, la represión y la muerte; y en el que se dan la mano las fuerzas conservadoras y reaccionarias, con una Mafia que ha envilecido la vida nacional. Callar ante esa realidad, no sólo sería una cobardía. Sería, sobre todo, traicionar alevosamente el legado del Amauta
En este contexto, al evocar al Mariátegui que retornara al Perú en 1923 y reafirmar el compromiso que tenemos con su vida y su obra; reiteramos la voluntad de luchar para vencer a este siniestro enemigo de la humanidad: el fascismo redivivo.
Gustavo Espinoza M. Periodista. Lima. 19/4/2023. (Ponencia presentada ante Simposio referido al Centenario del retorno del Amauta, organizado por la Casa Mariátegui en Lima. Sustentado el 15 de abril del 2023):